Ya estaba bañada y cenada, así que su padre la trajo a la habitación, como cada noche. Yo la esperaba sentada en la cama, con la espalda contra el cabecero.
Hoy no salió gateando a toda velocidad desde los pies de la cama. Agarrada a su Papá, caminaba hacia su leche y descanso merecidos.
Sin mucha esperanza, pero con gran ilusión, abrí los brazos para recibir a mi peque, aunque lo irregular del terreno resultaba poco prometedor.
Sus manitas soltaron a su padre...
Uno...
Dos...
Y ya la sujetaba Mamá, llenándola de besos y abrazos tras sus primeros pasos sin sujeción.
Dos grandes pasos para nuestra peque, un pequeño paso para la humanidad.
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