miércoles, 14 de marzo de 2012

Dos contra una...

Hoy ha sido el tercer día sola con las peques. También ha sido el peor de los tres.

Un amigo me preguntó ayer qué tal lo llevo y le respondí que, de momento, seguimos vivas las tres.

No quiero que nadie se llame a equívocos, adoro a mis nenas y no cambiaría el tiempo que paso con ellas por nada.

Bueno, igual un par de horas de sueño por la noche sí que podría negociar...

Ser mamá es maravilloso. Ser mamá de dos es aún más emocionante, pero tiene una pega importante: Me flatan dos manos (y dos piernas y otro tronco tampoco irían mal).

Puedo estar mentalmente con las dos la mayor parte de tiempo (la pequeñja aún no exige mucho de eso), pero me faltan manos.

No puedo pasar páginas de un cuento mientras toco el bebé gaita (saco gases), ni tener una recién nacida en brazos mientras cambio un pañalote hasta arriba de desechos orgánicos. Dar de comer a las dos a la vez es todo un reto y salir a la calle una aventura (a pesar de lo cual, salimos por la mañana y por la tarde).

Tengo la espalda hipotecada, entre el fular de una y la mochila de la otra (y eso que no me los pongo a la vez).

Por otro lado, estoy descubriendo un sentido de responsabilidad hacia el hijo ajeno muy interesante. La gente persigue, captura, recoge del suelo..., incluso juega en el balancín con mi hija. A veces, hasta me pregunto si no seré una madre demasiado desapega, porque, aunque no tuviera a la otra, ni la habría perseguido, ni capturado, ni recogido... y, bueno, quizá al balancín me habría apuntado...

En cualquier caso, con orden, paciencia y llanto de fondo, parece que nos apañaremos... O eso me gusta pensar.

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