Volvíamos de parque mi marido, mi suegra, mi cuñada, las peques y yo.
Esperando a que cambiara el semáforo, vemos a un niño de dos años, montado en una de esas motos de plástico, bajando la calle a toda velocidad en dirección a nosotros.
Semáforo en rojo. Coches pasando. Niño directo a la trayectoria del coche. Padre corriendo detrás, empujando el carro de bebé que no puede soltar en la cuesta mientras grita al otro que pare.
No para.
Está a punto de superar el escalón del bordillo. Mi suegra, mi cuñada, mi marido y yo gritamos al unísono: "¡Para!".
Y el niño para en seco.
El coche pasa a escaso centímetros de él, probablemente sin saber lo cerca que ha estado de atropellar al pequeño.
Su padre, aún corriendo y gritando, llega a la altura del niño. Además del bebé, le sigue un niño de 4 años en una bici sin pedales.
Le suelta un bofetón al niño, mintras le grita. Lo levanta de la moto, mientras el pequeño llora, y le dice que se acabó el cacharro. Está histérico.
Nosotros, helados. Incapaces y sin saber qué hacer o cómo ayudar, cruzamos el semáforo cuando se pone en verde y seguimos nuestro camino, aún con el susto en el cuerpo.
No me gusta que la gente pegue a los niños. No acepto el castigo corporal como válido. Pero no me atrevo a juzgar a ese padre. Durante una fracción de segundo, vi morir a su hijo delante de mis ojos. Impotente. Incapaz de evitarlo. No sé cómo reaccionaría en su lugar.
No sé si lo que he vivido hoy se podría haber evitado. Ese padre no era capaz de controlar a sus tres hijos, porque tenía las manos atadas al estar con el carrito del pequeño en cuesta.
Quizá salir con la moto y la bici fue una temeridad. Sin embargo, si hubieran ido andando, con el de dos años agarrado al carro o de la mano, un tirón y una carrera imprudente podrían habernos llevado a la misma situación.
Yo bajo con mi carrito de bebé y mi niña de dos años todos los días por esa cuesta. Cruzo esa calle. Podría ser yo.
Pero no podemos encerrarnos en casa. Eso no sería bueno, ni sano. Los niños (y los adultos) necesitan salir a jugar y desfogarse, socializar y divertirse.
Da miedo pensar que podría no haber parado. Más aún, que la que no obedezca mis gritos desesperados sea mi hija. No quiero pensar en las cómo sería combinar ambas ideas.
Cuando ves estas cosas, ¿cómo criticar a los padres que llevan a su hijo con un arnés? No me gusta, pero tampoco me atrevo.
¿Qué creéis que se puede hacer cuando no puedes soltar el carro y tu niña de dos años se pone en peligro? ¿Cómo evitarlo?