jueves, 21 de junio de 2012

La guardería

Hace tiempo os comenté mis reservas sobre mandar a Pirañita a la guardería, pero creo que no os conté cómo terminó la historia.

En septiembre, y tras un montón de reuniones seguidas que podrían haberse comprimido para que no tuviera que salir antes del curro tantos días consecutivos, Pirañita empezó en la guardería.

Habíamos conseguido plaza en la guardería concertada que queríamos (al mismo precio que la pública, pero con una hora más de clase incluida en el precio, me pillaba de camino al metro, comida hecha allí, un patio enoooorme...), en la que compartía clase con otros 17 niños de entre agosto y diciembre de su mismo año, dos educadoras y una persona de apoyo (y me moló bastante que éste último fuera un chico, por aquello del modelo masculino y esas cosas).

Las educadoras eran muy distintas: Una mucho más maja y cariñosa, y otra mucho más seca en general. Además, estaba el chico, que era un poco peculiar, pero era evidente que le encantaban los niños y se le daban genial.

Desde los primero días, entraron en nuestra vida unos nuevos compañeros no invitados: Los "bichos". Cuando no era un trancazo era una conjuntivitis, cuando la conjuntivitis había pasado teníamos una gastroenteritis, después de esa, una irritación del pañal con hongos... Y, con ellos, paracetamoles, ibuprofenos, gotas para los ojos, antibióticos, mucolíticos... Todo el lote.

Y así fue como la Superabuela empezó a pasar casi más tiempo con la niña que las cuidadoras. Tanto fue así, que en diciembre fue 4 días contandos, y hubiera faltado el puente y navidad de todas maneras, porque se los pasó mala.

Yo cada día veía menos claro el tema. Entre que estaba mala, que las irritaciones del pañal eran muy frecuentes (y se debían a falta de higiene, no os quepa la menor duda), que nunca me convenció mucho el tema desde el principio, que pagábamos para que, al final, mi madre se ocupara de ella, que no dejaba de pegarme cosas estando embarazada (y, claro, a ella podíamos medicarla, pero para mí era más chungo), la inminente llegada de un bebé que iba a contagiarse de todo aquello...

Al final, decidimos que enero sería su último mes allí y que febrero lo pasaría con la Superabuela, hasta que mamá "soltara el bicho" y se quedara en casa.

Y así fue.

En enero, no se puso mala apenas y me llegué a plantear si no nos habríamos precipitado.

Ni de coña.

¿Os podéis creer que los profes ni siquiera iban a despedirse de la niña el último día, que tuve que ser yo quien dijera algo?

Por supuesto, febrero fue de cine. La niña no echó de menos nada y lo pasó en grande con su abuela. Aún arrastraba ese moco que es característico de las guardes, pero también lo fue perdiendo poco a poco.

El día 25 de febrero llegó su hermana, el 27 volvimos a casa y, desde entonces, aquí estamos las tres a partir un piñón.

Es duro ser mamá en casa, con dos niñas tan pequeñas y todo eso. De hecho, no sé que voy a hacer el mes que viene cuando la señora que me echa una mano con la limpieza (6 en semana) se vaya de vacaciones. Pero da igual. Merece la pena.

Pude dudar antes, pero nunca después. Sacarla de la guarde es lo mejor que he hecho, por ella y por toda la familia; pero, sobre todo, por ella.

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