sábado, 23 de febrero de 2013

Ángel de la Guarda

Volvíamos de parque mi marido, mi suegra, mi cuñada, las peques y yo.

Esperando a que cambiara el semáforo, vemos a un niño de dos años, montado en una de esas motos de plástico, bajando la calle a toda velocidad en dirección a nosotros.

Semáforo en rojo. Coches pasando. Niño directo a la trayectoria del coche. Padre corriendo detrás, empujando el carro de bebé que no puede soltar en la cuesta mientras grita al otro que pare.

No para.

Está a punto de superar el escalón del bordillo. Mi suegra, mi cuñada, mi marido y yo gritamos al unísono: "¡Para!".

Y el niño para en seco.

El coche pasa a escaso centímetros de él, probablemente sin saber lo cerca que ha estado de atropellar al pequeño.

Su padre, aún corriendo y gritando, llega a la altura del niño. Además del bebé, le sigue un niño de 4 años en una bici sin pedales.

Le suelta un bofetón al niño, mintras le grita. Lo levanta de la moto, mientras el pequeño llora, y le dice que se acabó el cacharro. Está histérico.

Nosotros, helados. Incapaces y sin saber qué hacer o cómo ayudar, cruzamos el semáforo cuando se pone en verde y seguimos nuestro camino, aún con el susto en el cuerpo.

No me gusta que la gente pegue a los niños. No acepto el castigo corporal como válido. Pero no me atrevo a juzgar a ese padre. Durante una fracción de segundo, vi morir a su hijo delante de mis ojos. Impotente. Incapaz de evitarlo. No sé cómo reaccionaría en su lugar.

No sé si lo que he vivido hoy se podría haber evitado. Ese padre no era capaz de controlar a sus tres hijos, porque tenía las manos atadas al estar con el carrito del pequeño en cuesta.

Quizá salir con la moto y la bici fue una temeridad. Sin embargo, si hubieran ido andando, con el de dos años agarrado al carro o de la mano, un tirón y una carrera imprudente podrían habernos llevado a la misma situación.

Yo bajo con mi carrito de bebé y mi niña de dos años todos los días por esa cuesta. Cruzo esa calle. Podría ser yo.

Pero no podemos encerrarnos en casa. Eso no sería bueno, ni sano. Los niños (y los adultos) necesitan salir a jugar y desfogarse, socializar y divertirse.

Da miedo pensar que podría no haber parado. Más aún, que la que no obedezca mis gritos desesperados sea mi hija. No quiero pensar en las cómo sería combinar ambas ideas.

Cuando ves estas cosas, ¿cómo criticar a los padres que llevan a su hijo con un arnés? No me gusta, pero tampoco me atrevo.

¿Qué creéis que se puede hacer cuando no puedes soltar el carro y tu niña de dos años se pone en peligro? ¿Cómo evitarlo?

viernes, 22 de febrero de 2013

Sales de baño

Hace tiempo que quería hacer sales de baño con las peques. Había visto la receta en Bath Activities for Kids.

Si os animáis, es muy fácil y es posible que tengáis todos los ingredientes a mano. Necesitáis:
Sal marina
Colonia (yo uso de bebés)
Colorante alimentario

El modo de acerla es facilísimo: Ponéis la sal en un recipiente, echáis un poco de colonia, unas gotas de colorante alimentario y removéis hasta que quede de un tono homogéneo. Después, lo dejáis secar y listo.

Ahora las usamos como material sensorial en la bañera, pero también tengo intención de convertirlas en un regalo DIY cuando se presente la ocasión.

Ni que decir tiene que las niñas lo pasaron genial preparándola y que está teniendo mucho éxito en el baño.


miércoles, 20 de febrero de 2013

Chocontar

Hace tiempo que Pirañita empezó a interesarse por los números, por lo que comenzamos a presentárselos y jugar con ellos.

Veo algunos niños que cuentan genial, pero muchas veces me quedo con la sensación de que saben la retaila de números de carrerilla y no lo que representan.

Como no quiero que eso nos pase, intento hacer actividades que asocien númeral y cantidad; y éste es sencillamente delicioso.

Empezamos con un paquete de bolitas de chocolate rellenas de galleta (mejor que de cacahuetes, que podrían atragantarlas). Las ponemos en un bol grande y tiramos el dado. Contamos los puntos del dado para saber cuántas bolitas hemos ganado. Las ponemos en nuestro bol pequeño, contándolas mientras lo hacemos. Y, por fin, la mejor parte: Las contamos mientras nos las zampamos.

Más adelante usaremos este juego para hacer cuentas: Sumar tiradas, restar la tirada a una cantidad, dividir bolas entre varios boles, multiplicar las bolas por el número de boles... ¡Vamos a ponernos las botas!


martes, 19 de febrero de 2013

Y las ganadoras son...

Al final, la decisión no estuvo en mis manos. Un email impersonal me informó de que me agradecían el tiempo dedicado y la entrevista, pero que la vacante había quedado cubierta por otro candidato.

Reconozco que haber conseguido el puesto me hubiera gustado, aunque fuera para rechazarlo. El ego de una, que es inconformista.

Por otro lado, sabía que Dios pondría cada cosa en su sitio al llegar el momento, y así fue. No hubo dramas ni traumas. Ahora ya sabemos donde estamos y nos hemos de preocupar por las cosas verdaderamente importantes: Nuestro matrimonio, nuestras hijas y nuestros seres queridos. Lo demás es secundario.

Al final, creo que todos ganamos, pero, sobre todo, las peques y yo, que seguiremos pasando y disfrutando de tiempo juntas.

Gracias por vuestro apoyo.

sábado, 9 de febrero de 2013

Entre la maternidad y el trabajo

La vida da muchas vueltas y, de vez en cuando, da un giro inesperado y nos deja fuera de juego.

En un momento dado, tuve que elegir entre mi profesión y mi familia. No podían ser las dos cosas. En mi trabajo se viaja mucho, en rachas de varios días, semanas o meses. Viajar así no me dejaría ver crecer a mis hijas (y de la lactancia ni hablamos). Así que una reducción de jornada y una buena coraza para aguantar ciertas presiones de mis jefes se convirtieron en la única forma de poder estar con mis peques.

Por supuesto, esas decisiones tienen consecuencias: Mi carrera (a nivel de crecimiento) había terminado.

Pero mi carrera no se conformaba con eso y una oferta de trabajo vista al vuelo despertó mi curiosidad lo suficiente como para mandar un curriculum.

Y aquí estoy, tras varias conversaciones con mi potencial empleador y una entrevista de trabajo a mis espaldas. Aún no han tomado una decisión... Ni yo tampoco.

He estructurado mi vida alrededor de mi familia. Todo mi agobio ha sido arañar minutos con las peques y que mi marido o yo estuviéramos con ellas la mayor parte del tiempo.

Mi carrera se había terminado y lo vivía con alegría, porque sabía que era excluyente con mi familia y mi prioridad estaba clara.

Y, ahora, viene esto.

Es una buena oportunidad laboral y veré a mis peques todos los días, aunque con un horario a tiempo completo. También habrá horas extra y, aunque no viaje, jornadas maratonianas que no me permitiran ver a mis nenas despiertas; pero para la mayor parte de eso queda un año, y mis pequeñuelas tendrá 2 y 3 años y lo llevaremos de otra forma (o eso me digo).

También es cierto que tiene fecha de caducidad: 18 meses y a buscarse la vida, pero con una categoría profesional superior y una experiencia interesante a mis espaldas.

Sé que va a ser una gran experiencia laboral y de desarollo personal, pero también sé que me voy a perder cosas de la vida de mis hijas, que voy a tener que ponerlas en manos de extraños y que todo eso ya no vuelve.

¿Por qué siempre tenemos que elegir entre la vida profesional que queremos y dar a nuestros hijos lo que nos gustaría?

Supongo que es la maldita contumbre del día de tener sólo 24 horas...

¿Quién sabe? Igual no me cogen y me quitan el dilema...

martes, 5 de febrero de 2013

¿Hasta cuándo?

El otro día leía la historia de una niña norteamericana que murió con 8 meses. La madre contaba cómo evolucionó su enfermedad, las cirujías a que fue sometida, cómo se deterioró y cómo un día, cuando se suponía que tenía que estar mejorando, tuvo un recaída y en el hospital no pudieron sacarla adelante.

Esta mamá, y el correspondiente papá, nunca dejaron sola a su pequeña. No importó que tuvieran otros 4 hijos poco mayores, ni cualquier otra consideración. No dejaron a su pequeña. Incluso estaban en la sala cuando la reanimación cardiopulmonar falló y su hija su fue al Cielo.

Leyéndolo, me embargaron muchas emociones, porque soy madre y es horrible pensar que algo así pudiera pasar a mis hijas.

Sin embargo, mi mente recordaba constantemente a unos amigo cuyo bebé de 4 meses está en una UCI que no tiene puertas abiertas a los padres.

Todos los días, van por la mañana y por la tarde a apurar el horario de visitas por turnos, porque sólo admiten a uno cada vez.

Su hijo intubado les mira de una manera muy intensa, como preguntando dónde estaban, por qué no vinieron cuando los llamó, si volveran a abandonarlo... Y la respuesta a la última pregunta es terrible, porque es afirmativa, porque la normativa del hospital no permite siquiera que su madre vaya a darle sus tomas a sus horas. Nada.

Y pensaba: Si ya es terrible perder un hijo, ¿cómo debe ser que haya pasado cuando estaba solo, cuando lo dejamos llorando porque no quería que volviéramos a marcharnos de su lado, cuando hemos pasado sus últimos momentos separados queriendo con estar juntos con toda nuestra alma?

¿Hasta cuándo seguiran muriendo niños solos por políticas anticuadas que no benefician a los niños?

lunes, 4 de febrero de 2013

Baño crujiente

Ayer por la noche quise hacer un baño muy sensorial para las peques, así que decidí hacer una actividad que trabajara el tacto, el olfato y el oído.

En un recipiente, mezclé espuma de afeitar (tacto), Colacao (olfato) y Peta Zeta (oído); y se lo entregué para que jugaran en el baño.

El Peta Zeta genera mucha sonoridad al mojarse y el ruido nos acompaño todo el baño. Cuanta más mezcla caía al agua, más sonaba.

El Colacao tiñó el agua de marrón, llenando el baño de color y aroma (aunque, para paliar el olor a espuma, hay que usar bastante). Además, con las propiedades maravillosas que se atribuyen al chocolate, nos ahorramos una visita al spa...

En cuanto a la espuma de afeitar, les encanta. Siempre que se la ofrezco disfrutan un montón.

Fue un baño muy divertido. La pequeña montó un pollo cuando le tocó salir, porque lo estaba pasando en grande.

Aún me quedan Peta Zetas, así que esta actividad la repetimos seguro.


Manos en la masa

El otro día, hicimos masa para jugar. Es una forma barata y segura de ofrecer a nuestros peques un material moldeable para manipular; estimulando el tacto, trabajando la motricidad fina y, cómo no, pasándolo en grande.

En un plato grande, mezclé un montoncito de harina y sal, añadiendo agua muy despacito, comforme mezclaba y amasaba. El resultado fue una masa compacta, maleable y muy agradable al tacto.

Quise teñirla con colorante alimentario, pero hubiera hecho falta mucho, así que lo dejé pasar.

Cogí unas cuantas formas huecas y cucharas de la "tarta sorpresa" del otro día y puse a las peques "manos a la masa".

Lo pasaron muy bien jugando, modelando, explorando, creando. Pirañita hizo muchas cosas, especialmente "kiwis" y "bananas". Me encanta cuanto crea cosas de forma intencionada.

Cachorrito exploró, aplastó, tiró... y le pegó un par de "tientos", a ver cómo sabía.

Ya hemos repetido la actividad con la misma masa y nos encanta.

Para que dure y se pueda reutilizar, la tengo en una bolsa de congelación bien cerrada en la nevera. Creo que lo más importante es que no se seque, así que, cuando voy a guardarla, me humedezco las manos y amaso un poco. A ver cuánto nos dura...


domingo, 3 de febrero de 2013

Lectura bilingüe

Hoy el Superpapá ha estado jugando con Pirañita a escribir palabras que ella tenía que señalar cada vez que las nombraba.

Cuando me he levantado, han querido hacerme una demostración, pero un poco distinta. En el mismo folio, Pirañita leía ella sola "Pirañita", "Papá", "Mamá"... y, cuando ha llegado a "silla", he tardado dos intentos en comprender que me decía "buggy".

¡Me lo estaba traduciendo!

La verdad es que no sabía si corregirla o no, y me he limitado a darle un achuchón tremendo.

¡Qué maravillosa es nuestra hija mayor!

sábado, 2 de febrero de 2013

El miedo también se enseña

El miedo es algo bueno. El miedo es un mecanismo natural de supervivencia que nos recomienda alejarnos de cosas peligrosas.

El miedo puede ser nuestro amigo.

Sin embargo, el miedo también puede ser nuestro enemigo, pues puede paralizarnos a la hora de hacer cosas necesarias y producir reacciones desproporcionadas ante riesgos controlados o inexistentes.

Los primeros miedos, los "buenos", son fruto de nuestro instinto y es positiva su existencia. Los segundos, los "malos", suelen ser aprendidos, fruto del entorno y las experiencias extremas.

Las experiencias extremas, como tener un primo que se cayó por la ventana y que eso te haga tener pavor a las ventanas abiertas, incluso más allá de la edad de tus hijos a la que es razonable tenerlo, son poco controlables. Uno ni elige ni quiere que le ataque un perro o al vecino le explote el horno de gas. Y, sin embargo, si los miedos que generan son demasiado exagerados, como hacernos cambiar de acera sin mirar al ver un perro a 200 metros; habrá que tomar medidas para aprender a controlarlos.

Por otro lado, están los miedos enseñados, los que nos inculcan desde pequeños, generalmente con buena intención: "No toques el horno, que te quemas", "no te acerques al río, que caerás y te ahogarás", "no toques al gato o te arañará"... Y otros, manipulativos (generalmente basados en mentiras): "Si te portas mal vendrá el hombre del saco", "si te tocas la colita se te caerá", "si haces eso Papá ya no te querrá"...

Qué duda hay sobre que crear miedos ficticios, basados en mentiras, es malo; pero crear miedos "bien intencionados" no es menos perjudicial.

Crear miedo a cocinar cuando vas a emanciparte, a bañarte en el río del campamento de verano o al gato de la persona con la que quieres casarte; es una faena que alguien que te quería pudo hacerte con la mejor de las intenciones y que, a la larga, sólo te ha perjudicado.

Es importante tener cuidado con lo que decimos y con no transmitir nuestros propios miedos a los niños (propios y ajenos). Un comentario que nos puede parecer casual como: "¿Te da miedo el gatito? Anda, ven aquí." Puede poner en la cabeza del niño:
1. Que quizá debería tener miedo al gatito.
2. Que el adulto siente la necesidad de protegerle del gatito y, por tanto, lo identifica como algo peligroso.

En un caso en el un niño muestra ciertas reservas hacia a el gato, por ejemplo, de los abuelos, es mejor decirle algo más del estilo: "Parece que el gatito te ha asustado. No te preocupes, porque el gatito no te hará nada (si tú no le molestas)." (Yo sólo incluiría el texto entre paréntesis si el contexto lo recomienda.)

Por otro lado, hay cosas que pueden asustar a los niños de forma preventiva, como parte de su instinto, y que es bueno reconducir.

Un ejemplo es el miedo a los perros grandes. Un perro grande puede ser una amenaza muy real porque, si no estuviera domesticado, podría ser un predador natural del niño, al ser éste un animal más pequeño e indefenso.

Sin embargo, la mayor parte de los perros, grandes o pequeños, no supondrán un riesgo real para nuestros hijo,s si éstos saben cómo tratarlos: No mirarles a los ojos, no correr si se aproxima (hay muchos perros que persiguen cosas que se mueven rápido, como corredores y bicicletas), no tirarle del pelo, distinguir cuándo está contento, enfadado o asustado y saber cómo actuar.. 

Enseñar a nuestros hijos a controlar el miedo tomando precauciones razonables es un gran favor que les hacemos.

Creo que es bueno que reflexionemos y pensemos si estamos educando a nuestros hijos en el miedo o en el control de riesgos. Al final, cada uno decide cómo educar a sus hijos, pero siempre es mejor que lo hagamos por una decisión consciente que dejándonos llevar por la casualidad.

A mí me gustaría que mis hijas vivieran sin miedo (más allá del instintivo, que hay que aprender a escuchar porque está para ayudarnos) y sabiendo manejar los riesgos en cada situación. Al fin y al cabo, si tenemos miedo a cosas que no son peligros reales, podemos estar mermando la capacidad de nuestro miedo "natural" de protegernos.

Y vosotros, ¿cómo tratáis el tema del miedo con vuestros hijos?